(Fuente: diariomostañes.es) |
Su vida
Julián Sánchez, de origen zamorano (Toro), nació en 1903. Tuvo una infancia extremadamente dura, ya que se quedó huérfano de madre (María) cuando tenía un año y medio de edad, que fallece nueve días después de tener a su hermano Félix. El viudo, Bernabé, contrata a un ama de llaves para que cuide de sus hijos. En ausencia del padre, que es peón caminero y apenas para en el hogar, Dolores trata a los críos con dureza. Julián y Félix dejan los estudios para cuidar unas fincas de la familia, y a menudo duermen a la intemperie en la estepa castellana. Los niños pasan hambre y en casa sisaban comida con disimulo para que Dolores, que todo se lo raciona, no lo notase, y en el campo tenían que cazar pequeños animalillos con los que alimentarse. Cuando crecen, dan el salto de la agricultura a la construcción (Julián llegará a ser peón de albañil). Cumplida la mili, decide ir a Madrid a opositar y consigue ingresar en el Cuerpo de Bomberos del Ayto. de Madrid en 1928.
Le definían como una persona recta, trabajadora, luchadora y recia. Cuando todavía es un aprendiz de 25 años, Julián interviene en el incendio del Teatro Novedades, en el que mueren 90 personas y más de 200 resultan heridas, recibiendo una mención de honor por su entrega. En Madrid conoce a Gregoria Escribano Plaza (se casan en 1932) y en 1933 nace su primera hija, María del Rosario, que muere de sarampión a los 18 meses. En 1934, Julián sale despedido del pescante del coche bomba y sufre un fuerte traumatismo en la cabeza que lo mantiene diez días hospitalizado. En 1935, Gregoria da a luz a su segundo hijo, Julián. El matrimonio, que comenzaba a reponerse de tanta adversidad, no tarda en descubrir que el niño padece una discapacidad psíquica severa. En 1937, la pareja recibe feliz a su tercera hija. Julián se empeña en llamar a la niña Gregoria (Goyita). Durante la Guerra Civil, Julián Sánchez atiende con el resto de sus compañeros peligrosas salidas bajo los bombardeos aéreos y entre edificios que amenazan ruina. Sobrevive. Son tantas las bajas, algunas por fusilamiento, que Julián pasa de ser el bombero 144 a ser el 64. Ese es el número con el que viaja a Santander y el que lo acompaña hasta la muerte.
A Julián Sánchez ni siquiera le tocaba acudir en auxilio de Santander en 1941. El compañero que debió ir en su lugar no estaba localizable, y cuando le avisan a él dice que sí.
El incendio y el accidente
Los 25 bomberos de Madrid llegan a Santander a las nueve y media de la mañana del 17 de febrero después de un penoso viaje de once horas y media. Observando las fotografías de los vehículos en los que se desplazaron aquellos hombres, Bomba n° 3 Benz, "descubierto", impresiona imaginar cómo tuvo que ser su viaje a velocidad media de cuarenta o cincuenta kilómetros/hora por esas carreteras y en pleno invierno. Tras un horrible viaje, inmediatamente se pusieron a trabajar, no habiendo tiempo de lamentos ni descansos. Atraviesan la madrugada en medio de un temporal de espanto. Sin dormir, acometen las tareas de extinción, y Julián Sánchez es destinado junto a Mariano del Hoyo Agudo a la zona de Atarazanas. Él es el portalanzas, encargado del surtidor, y su compañero actúa de ayudante, con la orden de avisar de posibles desprendimientos de cascotes. Durante un breve tiempo, éste dejó su puesto para ir a tomar algo, y justo ocurrió el accidente que le costó la vida a su compañero y que a él le valió una sanción. Cuando el número 15 de la calle San Francisco colapsa hacia el interior, los cascotes despedidos golpean a Julián en el costado izquierdo y lo derriba.
Por esos documentos se sabe que en la Casa de Salud Valdecilla califican su estado de leve, que exteriormente no presentaba lesión alguna, que él insiste en regresar a las tareas de extinción pese a los dolores, que el jefe de zona Eugenio Pingarrón se lo impide, pasando la noche en el autotanque Ford sin querer ir a la zona de descanso del ayuntamiento. Empeora durante la noche y queda ingresado en Valdecilla, donde fallece diez días después por la hemorragia interna derivada de una "rotura de bazo-pulmón". A su regreso a Madrid, Mariano del Hoyo es suspendido diez días de empleo y sueldo y degradado del cargo de jefe de dotación porque incumplió la orden recibida de sus superiores al abandonar a su compañero, no pudiendo por tanto prevenirle del peligro a sus espaldas ni prestarle el auxilio necesario.
Los bomberos de Madrid trabajaron durante 53 horas casi ininterrumpidas, demostrando experiencia y abnegación.
Después de una larga e incómoda noche de viaje,sin dormir y apenas descansar, llevan horas trabajando sin parar y, comenzada la tarde, llega la hora de comer.Julián marcha a tomar un pequeño refrigerio al cercano Ayuntamiento, a menos de 200 metros; al regresar a su puesto, hacelo propio su compañero Mariano del Hoyo. Julián recoge de nuevo su lanza y continúa en solitario la extinción hacia esa misma zona. Es en estos minutos del receso de Mariano, pasadas las tres de la tarde, cuando colapsa sin previo aviso el edificio situado tras él. Es el que estaba enfrente,en la otra acera del comentado edificio Ubierna, en la salida de la calle Lealtad hacia la calle Atarazanas. Esta construcción que se derrumba era la primera de una serie de edificios adosados por la medianería, que llegaba hasta la calle del Puente; la de entonces. La calle del Puente unía en línea recta la Catedral con el antiguo Ayuntamiento, convertido en edificio de la Audiencia tras la inauguración del nuevo Ayuntamiento en 1907: la mitad Oeste de nuestra actual Casa Consistorial. Cuando un edificio de construcción tradicional colapsa por incendio, puede hacerlo por haberse consumido hasta el fallo la estructura interior y caer en su conjunto, o por no soportar con su estructura debilitada el hundimiento de la cubierta. Pueden quedar, como así ocurrió mayoritariamente, los muros de mampostería o de medianerías en pie; en su precipitación arrastra las tabiquerías interiores y sus contenidos. Todo ello va añadiendo más masa y energía en la caída; son toneladas las que caen y generan enormes fuerzas. Al impactar contra el suelo, esa energía hace que los restos salgan proyectados en todas direcciones. Muchos quedan atrapados entre los muros inferiores si permanecen estables; o si son grandes, se desplazan poco. Pero si revientan en fragmentos más pequeños salen lanzados con mucha velocidad. La ausencia de paredes en el nivel inferior, o los huecos practicables como puertas y ventanas, permiten la veloz salida de estos escombros, como si de una explosión se tratase. Es alguno de estos pequeños fragmentos, lo que golpea a Julián en la zona izquierda de su espalda y en la pierna del mismo lado, derribándolo al suelo. Un militar que estaba en la misma zona lo ve y le ayuda a levantarse; aún solo ya que su compañero no había regresado. El primero en llegar es el corneta Evaristo Gómez, que encuentra a Julián apoyado contra una pared y con la lanza en el suelo, y le pregunta por su estado aunque exteriormente no presenta lesión alguna. Mariano se suma al grupo cuando regresa al poco tiempo. El Jefe de Dotación José Higueras es informado por el corneta Evaristo Gómez y acompaña a Julián a que lo vea un médico en el ayuntamiento (Casa de Socorro). No sabemos la valoración que allí se realiza, pero es trasladado seguidamente en el coche de Dirección a la Casa Salud Valdecilla, donde se le diagnostica “heridas leves en la espalda y rodilla izquierdas”.
Solo siente molestias en esas zonas que no le impiden moverse, por lo que regresan a la zona de actuación. Ya a oscuras y muy avanzada la tarde, los dolores acosan a Julián y Pingarrón no le permite continuar en la extinción, pero Julián se niega a ir a descansar al Ayuntamiento, aceptando quedarse en la cabina del Ford, junto a sus compañeros, donde pasa la noche. Este lunes 17 de febrero es el sexto cumpleaños de su hijo Julián, un chaval que demandaba más atención y cuidados que cualquier otro. Y aquí estaba él: en Santander, a 500 km de su casa, incomunicado y accidentado. El día siguiente debió ser horroroso para Julián, tanto que el miércoles 19, dos días después del accidente, regresa a la “Consulta de Huesos” de la Casa de Salud Valdecilla, donde se le diagnostica una “Intensa contusión en espalda y región lumbar izquierda”. La gravedad en la evolución de su estado hace que quede hospitalizado desde ese momento. Todos los Servicios de Bomberos llegados a Santander regresan a sus orígenes en la madrugada del jueves 20, a excepción de los de San Sebastián. Éstos permanecerán hasta los primeros días de marzo en el refresco de escombros, apoyando a los bomberos de Santander, Municipales y Voluntarios, y a los militares encargados de mover las montañas de piedras y cascotes con pico y pala, añadidas tras las voladuras delas estructuras inestables por parte del Cuerpo de Ingenieros.
Sus compañeros madrileños abandonan Santander a las seis de la mañana de ese día y llegan de forma escalonada a Madrid hasta altas horas de la noche y madrugada siguiente. A las 20:15 arriban las dos camionetas, quedando una fuera de servicio por avería. La bomba Ford llega a las 21:35 y también causa baja por avería. La Bomba nº 3 llega a la 01:35 del 21 a su Parque. Pingarrón ya está en su puesto a las 10:35 de ese mismo día. El estado de salud de Julián empeora progresivamente y su mujer, Gregoria, ya está informada del accidente y hospitalización de su marido y viaja a Santander para estar junto a él. Durante su hospitalización recibe varias transfusiones de sangre de dos donantes que se presentan voluntarios. Pertenecen al grupo de Sanidad Militar de Valdecilla: el sargento Marcelino de la Hera Martínez y el soldado Jesús González García. Gregoria estaba al lado de su marido cuando expiró. ¿Cuáles pudieron ser las palabras de esas últimas conversaciones, cuando Julián aún podía mantener un hilo de voz? Sin duda, la preocupación por los hijos predominó, sabedores del visible deterioro y gravedad que iba alcanzando su evolución. Ella no era el jefe ficticio del artículo publicado en prensa. Era la mujer real con quien compartió una dura etapa en la vida de ambos; la que se despidió de él con cariño y pena. El Juzgado de Instrucción de Santander certifica el 9 de abril de 1941 la defunción: Falleció el 28 de febrero a la 01:00 en Valdecilla, a consecuencia de “neumonía traumática y hemorragia secundaria”, añadiendo sus datos personales y familiares. Otro documento indica “rotura de bazo y pulmón”. En definitiva, parece que el accidente provoca una hemorragia interna con daños orgánicos, no detectados con los medios sanitarios del momento, pero irreversibles.Tiene 38 años recién cumplidos cuando fallece. En la mañana del viernes 28 de febrero se organiza el velatorio en el viejo Parque de Bomberos Municipales, que estaba en la plaza del Río dela Pila. El féretro se sitúa al fondo, bajo la pared que albergaba las mangueras almacenadas y los útiles; es velado por todos los bomberos que permanecían en Santander: Junto con Municipales y Voluntarios,los de San Sebastián. Toda la ciudad, en especial los estamentos más representativos, se vuelcan en ofrecer sus condolencias. A las 08:30 de la mañana del 1 de marzo se celebra una misa funeral en el Parque del Río de la Pila, a la que asisten su viuda, autoridades y todos los bomberos no comprometidos. El alcalde santanderino Emilio Pino estaba en Madrid desde unos días antes, junto con otras autoridades locales y regionales, recabando ayudas en las administraciones y aseguradoras para paliar las consecuencias del Incendio. Al finalizar, la comitiva sale del Parque cerca de las 10 de la mañana y se traslada por el Paseo Pereda hacia la antigua Estación del Norte, donde los restos de Julián, su viuda Gregoria, una representación de Bomberos de Madrid que había llegado a Santander horas antes y acompañantes de Santander, viajarán en el tren correo de ese día hacia la capital.
El cortejo lo forma el coche Lincoln de Bomberos Voluntarios, que porta el ataúd y está adornado con crespones. Un segundo vehículo lleva una gran cantidad de coronas que la floristería Rebolledo ha preparado de un día para otro. Los crespones y cintas de las coronas son representativos de la realidad política y social de la época; es de destacar el encargo de Bomberos de San Sebastián y Ayuntamiento de Santander. No podemos precisar la fecha concreta en que este Servicio abandona nuestra ciudad, ya que todavía no se ha hallado ningún documento al respecto en los archivos santanderinos ni en los donostiarras. Este crespón, cotejado con los encargados ya en Madrid, nos sugiere que a primeros de marzo aún permanecían en Santander e incluso que alguno de ellos pudo ir con la comitiva de Santander a la capital. Miembros de la entonces llamada “Guardia Urbana”, actual Servicio de Policía Municipal, abren la marcha vestidos con uniforme de gala; detrás va el clero parroquial de Santa Lucía y cuatro Bomberos Cornetas (no sabemos qué sones salían de estos instrumentos, pero conocemos el sonido de todas las órdenes que se realizaban con la corneta). Flanquean el Lincoln sendas filas con Bomberos Municipales y Voluntarios intercalados; luego un nutrido grupo de Bomberos, la viuda, autoridades, clero y vecinos en general. Coincidencias de la historia, también ese mismo 28 de febrero de1941 fallece en el “Grand Hotel” de Roma a las 11:51 el depuesto y exiliado en Italia rey Alfonso XIII, por enfermedad cardíaca; este Rey que tanta importancia tuvo para el desarrollo santanderino durante los casi veinte años en que la Familia Real disfrutó de los veraneos en el Palacio de la Magdalena. Prensa y radio, local y nacional,se hacen eco inmediato de este hecho histórico, ocupando portadas, tiradas especiales y boletines de noticias. Toda la población del país está enterada. El resto de las noticias quedó relegado a un segundo plano. Eclipsó en gran medida el alcance de la noticia con la muerte de Julián, cuyo estado se seguía diaria-mente por la prensa madrileña. Por el óbito de Alfonso XIII, el 1 de marzo se dispone para todo el país “Día de duelo nacional, banderas a media asta e inhábil a todos los efectos”. Hubo quien, al ver tal cantidad de uniformados, coches con coronas, cornetas y autoridades, pensaba que se trataba de homenajes a la figura del monarca. La llegada del féretro en el tren a Madrid es recibida por las autoridades madrileñas, Jefaturas de Bomberos,compañeros del difunto y el alcalde Emilio Pino. Sus familiares: cuñados, hermano,padre e hijos también están.
El cuerpo se vela durante la jornada del domingo 2 de marzo en el Parque nº 1 de Santa Engracia nº 112, a turnos por sus compañeros. Al día siguiente,a las 10 de la mañana sale el cortejo fúnebre hacia el cementerio de la Almudena precedido por los Maceros Municipales, tras una misa a la que asisten todos los bomberos de Madrid libres de servicio, con uniforme completo y guante blanco. El féretro lo portan sus compañeros a hombros durante un tramo para colocarlo, como en Santander, sobre un vehículo de bomberos que hará el trayecto hasta la necrópolis;durante el paso de la comitiva tuvo lugar aún mayor confusión entre los vecinos de Madrid que en Santander con las exequias de Alfonso XIII.
Destaca que sobre el féretro se coloca el mismo casco que aparece en el retrato de 1931. Con un diseño y emblema muy característicos, ha servido de modelo para la cerámica entregada a Goyita; es el que ésta colocó emocionada en una urna en el Museo de Bomberos de Santander, para exposición temporal Su cuerpo se enterró en este famoso cementerio municipal madrileño. Tras el derribo del pabellón donde estaba su nicho por ruina inminente se trasladan en el año 2009; vuelven a moverse sus restos en 2015 para depositarse en otro nicho junto a otros osarios, perfectamente identificados, en el Cementerio Sur, donde permanecen en la actualidad. Ya en la intimidad familiar, durante la mañana del 17 de marzo se celebra una misa funeral en la recientemente creada parroquia Nuestra Señora de la Paz. Las 500 pesetas que se entregó a la viuda remitidas por el Colegio de Farmacéuticos de Santander y las 200 del ayuntamiento madrileño fueron las únicas ayudas económicas que recibieron. Muchos años más tarde, Gregoria tuvo el reconocimiento como viuda de un funcionario fallecido en acto de servicio.Por otro lado, el 29 de febrero de 1941se inicia dentro del Servicio de Bomberos de Madrid el procedimiento de unas“diligencias para la averiguación de los hechos ocurridos en el accidente que ha ocasionado la muer-te al bombero Julián Sánchez García”, dirigidas por el Jefe de Zona, Sr. Luis Crespo.Como resultado de este juicio sumario,muy propio de la época, el bombero nº 86Mariano de Hoyo Agudo fue expedientado con fecha 4 de marzo de 1941 por la muer-te de su compañero,el ayudante de portalanzas bombero nº 64 Julián Sánchez García, en el accidente por el derrumbe descrito. Sin embargo,se jubiló sin mayores percances dentro del Servicio de Bomberos Municipales de Madrid.
Al conocerse la noticia, una infinita pena se apoderó del pueblo santanderino. El cadáver de Julián fue despedido, en gran manifestación de duelo popular, como paradigma de solidaridad. Su cuerpo fue trasladado en tren a la capital de España acompañado por cuatro bomberos en representación de los dos parques. Uno de ellos, el conserje del Parque de Bomberos Voluntarios de Santander, Nicanor Martínez Bonachea, que trajo de Madrid como recuerdo una gorra de bombero alemán.
Julián Sánchez es uno de los numerosos personajes anónimos que forjan la letra pequeña de la Historia y, por desgracia, nunca alcanzan el reconocimiento merecido.
Juan Carlos Barragán, autor con Pablo Trujillano del libro 'Historia del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid. De los matafuegos al Windsor', recuerda que «Julián ingresó en el Cuerpo el día 9 de Abril de 1928 y durante su etapa como aspirante recibió de manos del arquitecto-director, José Monasterio Arrillaga, una mención de honor por su destacada intervención en el incendio del Teatro Novedades de Madrid el día 23 de Septiembre de 1928». Y añade: «Era el bombero número 148 de Madrid». Ganaba entonces 6.000 pesetas al año.
En Madrid, el diario 'ABC' también se hizo eco del óbito. En la edición del 2 de marzo del 41 se refería al «traslado de los restos del heroico bombero madrileño Julián Sánchez» de Santander a Madrid. El 17 de marzo de 1941 se ofició una misa en su memoria en la iglesia de Nuestra Señora de la Paz. En el recordatorio que se imprimió con tal motivo se decía: «Murió en Santander en el cumplimiento de su servicio». Evocando el caso, Rafael y Sánchez de Porrúa, jefe del Real Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Santander, escribió: «Nunca se ama tanto la ayuda recibida como cuando, por vicisitudes de la vida, fallece un ser humano que lo ha dado todo por el terruño ajeno».
Vino a socorrernos y no pudo regresar: un muro de Atarazanas se desplomó sobre él, le dejó malherido y le llevó a morir en Valdecilla el 28 de febrero de 1941. Julián Sánchez pagó con su vida, dejó viuda: Gregoria Escribano y dos hijos: Julián y Gregoria. Santander contrajo con él una deuda impagable de gratitud y admiración”, ha recordado el regidor.
En el incendio hubo otro bombero accidentado que corrió mejor suerte, Diego Carvajal, llegado desde Palencia.
Referencias
https://incendiosantander.com/category/noticias/page/2/
Libro Julián Sánchez García. Retrato de un Olvidado, de Manuel González Zarzuelo.
https://www.eldiariomontanes.es/cantabria/bombero-rescatado-olvido-20170704163029-nt_amp.html
Libro el gran incendio de Santander de 1941.
Libro historia del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid (del matafuego al Windsor)
Fotos
www.eldiariomontañes.es